Tardé casi una hora en hacer el camino del colegio a casa, un
camino que solía recorrer en 20 minutos. Estaba agotada y mareada, pero tenía
que hablar con María.
Mercedes, su madre, me abrió la puerta. Esa mujer siempre
tenía una sonrisa y un abrazo para mí.
-
¿Estás
bien pequeña? - me dijo mientras sus brazos me rodeaban.
-
Necesito
hablar con María. No recuerdo lo que ha pasado - Fue lo único que acerté a
decir.
-
Mia,
siéntate conmigo, vamos a hablar. Alguien tiene que hablar contigo y quizás yo
siempre fui la persona que debió hacerlo.
Mercedes me acompañó al salón y se sentó a mi lado, parecía
que las palabras se atrancaban en su garganta y no conseguían salir. Me abrazó
de nuevo y me dijo cuánto me quería y lo mucho que admiraba mi entereza.
-
Mia.
¿Sabes lo que es la esquizofrenia? - Yo negué con la cabeza - Es lo que tiene
tu madre. Su cabeza no funciona bien. Tu padre intentaba ayudarla cuando
estaban casados y nosotros, todos los vecinos, lo hemos seguido intentando
durante años, por vosotras y por la amistad que nos unía con ella –
-
¿Está
loca entonces? - Pregunté casi afirmando.
-
Si.
Lo siento. Quiero que entiendas que puedes venir a casa cuando quieras. No solo
a la mía, también a la de Guadalupe y la de Antonia. Lo hemos hablado los
vecinos. Pero ninguno de nuestros hijos irá nunca más a la tuya. No es por
vosotras, es por tu madre. María está muy afectada y tiene muchas pesadillas.
No queremos que nuestros hijos pasen por esto nunca más. Son niños –
-
¿Niños?
- contesté incrédula - ¿Y yo que soy? Tengo la misma edad que María
-
Pero
tú no eres mi hija - dijo ella taxativamente.
-
¿Puedo
hablar con María?, quiero saber qué pasó. No me caí por las escaleras. No estoy
loca - Mis lágrimas caían a raudales. Entendía a Mercedes. Pero sentía rabia
por lo que me estaba diciendo. Yo era una niña y mi hermana más aún y nadie nos
protegía.
-
María
no ha vuelto de baile, pero yo te cuento desde donde yo vi si quieres. No, no
te has caído por las escaleras y eres la niña más cuerda y madura que jamás he
conocido:
Apareció Guada en la puerta con María.
Mi hija no paraba de llorar. Decía que tú estabas muerta. Guada me dijo que iba
a buscar al portero para que abriera tu casa. Dejé a María con mi vecina y subí
a tu casa para ver si convencía a tu madre para que abriera. Varios vecinos
oyeron mis gritos y vinieron también. Carmelo, tu vecino de al lado, intentó
tirar la puerta pero no lo consiguió. Gracias a Dios llegó Faustino con las
llaves y pudimos entrar. Tu madre estaba contigo en la bañera. Te había
desnudado y estaba enchufándote con el grifo de ducha en la cara para que
despertaras. Carmelo la apartó a un lado y salió corriendo contigo a casa de
Laura, la otra enfermera. Yo me quedé con tu madre. Se abrazó a mi pierna
mientras me decía “no sé por qué lo he hecho, apártala de mi Mercedes,
apártala”. Guada la obligó a levantarse, no paraba de zarandearla y gritarla.
Hablamos con tu madre durante horas,
poco a poco todas fuimos calmándonos y convenciéndola para que tomara la
medicación y dejara el alcohol. Nos pidió que no la denunciáramos, que la
diéramos otra oportunidad. Prometió cuidarte y tratarte bien si no decíamos
nada. Parecía muy arrepentida Mia. La daremos esta oportunidad, pero si vuelve
a hacerte daño la denunciaremos. El miedo que tenemos es que os separaran a
Tati y a ti. Y es mejor que estéis juntas aunque no estéis bien a que os
separen. ¿No crees?”
En mi cabeza no entraba lo que había escuchado. Ellas le
dieron otra oportunidad. ¿Ellas? Arriesgando mi vida a cambio de una promesa de
una borracha que encima ahora estaba loca. ¿Y ellas quienes eran para negociar
por mi vida o decidir por mí?
-
¿Qué
hicisteis conmigo? - Acerté a decir.
-
Laura
te llevó a un médico amigo suyo y te llevaron al hospital, dijeron que te
habías caído por las escaleras. Tienes dos costillas rotas, el pómulo y la
nariz. También tienes fisurado el coxis. Tendrás que estar en reposo y tomar medicinas.
Pero te curarás. Pasamos todos los días a preguntar por ti. Creo que esta vez
va en serio Mia. Tomará la medicación y dejará el alcohol
-
¿Por
qué no recuerdo lo del hospital? ¿Preguntáis por mí, cuándo? Me ha llevado al
cole y luego me ha dejado abandonada. Ha recogido a mi hermana y yo he tenido
que venir andando todo el camino - La dije secándome las lágrimas.
Mercedes se levantó y me cogió de la mano. Subimos los 6
pisos hasta mi casa sin mediar palabra. A mi todavía me retumbaba en la cabeza
todo lo que me había dicho. Yo no tenía a nadie. Estaba sola de verdad.
Mi madre abrió la puerta. Su cara era de sorpresa. Sorpresa casi
real. Me abrazó llorando. Lloraba como si hubiera ocurrido una tragedia.
-
¿Dónde
estabas? - acertó a decir entre sollozos.
-
Vine
andando. No me recogiste del cole
-
¿¡Cómo!?...
¿Cómo has ido al cole? - Dijo mientras me apartaba un poco para verme la cara.
-
Amelia,
la has llevado al cole cuando tiene que estar en reposo y no la has recogido.
¿Se puede saber qué haces? ¡Es tu hija, dijiste que la cuidarías! - La increpó
Mercedes.
Ella siguió llorando y pidiéndome perdón. Se puso de rodillas
y me abrazó tan fuerte que se me saltaron las lágrimas de dolor y tuve que
gritar.
-
No
lo entiendo Mia, no lo recuerdo. Dios mío, perdóname. Lo estoy intentando. Te
juro que mejoraré. Te lo prometo. Seré una buena madre –
-
Déjala
que se tumbe y repose. No puede moverse en tres semanas. Amelia, tómatelo en
serio –
Después de mil promesas de mi madre, Mercedes se fue.
Yo me tumbé en la cama. Necesitaba asimilar todo lo que había
escuchado y visto. Lo de mi madre era una actuación, estaba convencida, la
conocía demasiado bien como para creerla. Lo que me dolía era lo de Mercedes.
Si estaban convencidas de que mi madre iba a mejorar, ¿por qué no dejaban subir
a sus hijas? Por qué no estaban convencidas. A ellas tampoco las había engañado
del todo.
Mi madre apareció por la puerta para traerme la merienda.
-
No
me engañas, ni me engañarás nunca - La dije soltando el odio que mi cuerpo
acumulaba.
-
Lo
se pequeña víbora, pero al resto del mundo si puedo engañarlos. Yo gano
siempre, tu pierdes – me dijo mientras sonreía y me daba un beso en la frente.
No me asustaba, no sabía porque, pero me dio la sensación de
que la asustada era ella. Por mucha seguridad que intentaba aparentar su miedo
la delataba. ¿Miedo a que? Pensaba yo. Ojalá lo supiera para poder utilizarlo.
Tati vino a verme y me abrazó. Otra vez se me saltaron las
lágrimas del dolor. Acabaría odiando los abrazos.
-
¿Por
qué lloras Mia? - Me dijo con vocecita de niña dulce mientras me quitaba las
lágrimas con sus pulgares.
De repente algo se abrió en mi cabeza. Era mi oportunidad. La
oportunidad de demostrarla que yo no había perdido.
-
Porque
duermo sola y tengo miedo - la dije - ya no estás conmigo por las noches y me
siento muy sola -
Tati se giró hacia nuestra madre y la dijo convencida - Ahora
duermo con Mia. No quiero que esté solita –
-
¿Y
yo? - dijo nuestra madre con apenas un hilo de voz.
-
Si
quieres puedes dormir en la otra cama. Yo duermo en la de Mia con ella. Así
ninguna estáis solitas y yo duermo con mi hermana, que siempre me cuida - Me
dio un nuevo abrazo de esos por los que la había apodado lapita. Mientras yo
miraba a mi madre y le guiñaba un ojo.
“Tu pierdes” pensé.
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