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lunes, 12 de enero de 2015

Miedo (tercera parte)

 


Tardé casi una hora en hacer el camino del colegio a casa, un camino que solía recorrer en 20 minutos. Estaba agotada y mareada, pero tenía que hablar con María.

Mercedes, su madre, me abrió la puerta. Esa mujer siempre tenía una sonrisa y un abrazo para mí.

-          ¿Estás bien pequeña? - me dijo mientras sus brazos me rodeaban.

-          Necesito hablar con María. No recuerdo lo que ha pasado - Fue lo único que acerté a decir.

-          Mia, siéntate conmigo, vamos a hablar. Alguien tiene que hablar contigo y quizás yo siempre fui la persona que debió hacerlo.

Mercedes me acompañó al salón y se sentó a mi lado, parecía que las palabras se atrancaban en su garganta y no conseguían salir. Me abrazó de nuevo y me dijo cuánto me quería y lo mucho que admiraba mi entereza.

-          Mia. ¿Sabes lo que es la esquizofrenia? - Yo negué con la cabeza - Es lo que tiene tu madre. Su cabeza no funciona bien. Tu padre intentaba ayudarla cuando estaban casados y nosotros, todos los vecinos, lo hemos seguido intentando durante años, por vosotras y por la amistad que nos unía con ella –

-          ¿Está loca entonces? - Pregunté casi afirmando.

-          Si. Lo siento. Quiero que entiendas que puedes venir a casa cuando quieras. No solo a la mía, también a la de Guadalupe y la de Antonia. Lo hemos hablado los vecinos. Pero ninguno de nuestros hijos irá nunca más a la tuya. No es por vosotras, es por tu madre. María está muy afectada y tiene muchas pesadillas. No queremos que nuestros hijos pasen por esto nunca más. Son niños –

-          ¿Niños? - contesté incrédula - ¿Y yo que soy? Tengo la misma edad que María

-          Pero tú no eres mi hija - dijo ella taxativamente.

-          ¿Puedo hablar con María?, quiero saber qué pasó. No me caí por las escaleras. No estoy loca - Mis lágrimas caían a raudales. Entendía a Mercedes. Pero sentía rabia por lo que me estaba diciendo. Yo era una niña y mi hermana más aún y nadie nos protegía.

-          María no ha vuelto de baile, pero yo te cuento desde donde yo vi si quieres. No, no te has caído por las escaleras y eres la niña más cuerda y madura que jamás he conocido:

 

Apareció Guada en la puerta con María. Mi hija no paraba de llorar. Decía que tú estabas muerta. Guada me dijo que iba a buscar al portero para que abriera tu casa. Dejé a María con mi vecina y subí a tu casa para ver si convencía a tu madre para que abriera. Varios vecinos oyeron mis gritos y vinieron también. Carmelo, tu vecino de al lado, intentó tirar la puerta pero no lo consiguió. Gracias a Dios llegó Faustino con las llaves y pudimos entrar. Tu madre estaba contigo en la bañera. Te había desnudado y estaba enchufándote con el grifo de ducha en la cara para que despertaras. Carmelo la apartó a un lado y salió corriendo contigo a casa de Laura, la otra enfermera. Yo me quedé con tu madre. Se abrazó a mi pierna mientras me decía “no sé por qué lo he hecho, apártala de mi Mercedes, apártala”. Guada la obligó a levantarse, no paraba de zarandearla y gritarla.

Hablamos con tu madre durante horas, poco a poco todas fuimos calmándonos y convenciéndola para que tomara la medicación y dejara el alcohol. Nos pidió que no la denunciáramos, que la diéramos otra oportunidad. Prometió cuidarte y tratarte bien si no decíamos nada. Parecía muy arrepentida Mia. La daremos esta oportunidad, pero si vuelve a hacerte daño la denunciaremos. El miedo que tenemos es que os separaran a Tati y a ti. Y es mejor que estéis juntas aunque no estéis bien a que os separen. ¿No crees?”

En mi cabeza no entraba lo que había escuchado. Ellas le dieron otra oportunidad. ¿Ellas? Arriesgando mi vida a cambio de una promesa de una borracha que encima ahora estaba loca. ¿Y ellas quienes eran para negociar por mi vida o decidir por mí?

-          ¿Qué hicisteis conmigo? - Acerté a decir.

-          Laura te llevó a un médico amigo suyo y te llevaron al hospital, dijeron que te habías caído por las escaleras. Tienes dos costillas rotas, el pómulo y la nariz. También tienes fisurado el coxis. Tendrás que estar en reposo y tomar medicinas. Pero te curarás. Pasamos todos los días a preguntar por ti. Creo que esta vez va en serio Mia. Tomará la medicación y dejará el alcohol

-          ¿Por qué no recuerdo lo del hospital? ¿Preguntáis por mí, cuándo? Me ha llevado al cole y luego me ha dejado abandonada. Ha recogido a mi hermana y yo he tenido que venir andando todo el camino - La dije secándome las lágrimas.

Mercedes se levantó y me cogió de la mano. Subimos los 6 pisos hasta mi casa sin mediar palabra. A mi todavía me retumbaba en la cabeza todo lo que me había dicho. Yo no tenía a nadie. Estaba sola de verdad.

Mi madre abrió la puerta. Su cara era de sorpresa. Sorpresa casi real. Me abrazó llorando. Lloraba como si hubiera ocurrido una tragedia.

-          ¿Dónde estabas? - acertó a decir entre sollozos.

-          Vine andando. No me recogiste del cole

-          ¿¡Cómo!?... ¿Cómo has ido al cole? - Dijo mientras me apartaba un poco para verme la cara.

-          Amelia, la has llevado al cole cuando tiene que estar en reposo y no la has recogido. ¿Se puede saber qué haces? ¡Es tu hija, dijiste que la cuidarías! - La increpó Mercedes.

Ella siguió llorando y pidiéndome perdón. Se puso de rodillas y me abrazó tan fuerte que se me saltaron las lágrimas de dolor y tuve que gritar.

-          No lo entiendo Mia, no lo recuerdo. Dios mío, perdóname. Lo estoy intentando. Te juro que mejoraré. Te lo prometo. Seré una buena madre –

-          Déjala que se tumbe y repose. No puede moverse en tres semanas. Amelia, tómatelo en serio –

 

Después de mil promesas de mi madre, Mercedes se fue.

Yo me tumbé en la cama. Necesitaba asimilar todo lo que había escuchado y visto. Lo de mi madre era una actuación, estaba convencida, la conocía demasiado bien como para creerla. Lo que me dolía era lo de Mercedes. Si estaban convencidas de que mi madre iba a mejorar, ¿por qué no dejaban subir a sus hijas? Por qué no estaban convencidas. A ellas tampoco las había engañado del todo.

Mi madre apareció por la puerta para traerme la merienda.

-          No me engañas, ni me engañarás nunca - La dije soltando el odio que mi cuerpo acumulaba.

-          Lo se pequeña víbora, pero al resto del mundo si puedo engañarlos. Yo gano siempre, tu pierdes – me dijo mientras sonreía y me daba un beso en la frente.

No me asustaba, no sabía porque, pero me dio la sensación de que la asustada era ella. Por mucha seguridad que intentaba aparentar su miedo la delataba. ¿Miedo a que? Pensaba yo. Ojalá lo supiera para poder utilizarlo.

Tati vino a verme y me abrazó. Otra vez se me saltaron las lágrimas del dolor. Acabaría odiando los abrazos.

-          ¿Por qué lloras Mia? - Me dijo con vocecita de niña dulce mientras me quitaba las lágrimas con sus pulgares.

De repente algo se abrió en mi cabeza. Era mi oportunidad. La oportunidad de demostrarla que yo no había perdido.

-          Porque duermo sola y tengo miedo - la dije - ya no estás conmigo por las noches y me siento muy sola -

Tati se giró hacia nuestra madre y la dijo convencida - Ahora duermo con Mia. No quiero que esté solita –

-          ¿Y yo? - dijo nuestra madre con apenas un hilo de voz.

-          Si quieres puedes dormir en la otra cama. Yo duermo en la de Mia con ella. Así ninguna estáis solitas y yo duermo con mi hermana, que siempre me cuida - Me dio un nuevo abrazo de esos por los que la había apodado lapita. Mientras yo miraba a mi madre y le guiñaba un ojo.

“Tu pierdes” pensé.

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