- ¡Tati
corre! ¡que no llegamos al cole!
- ¿Qué
hora es? – preguntó ella medio dormida
- Las
8:20 ¡Vístete! Desayunamos en el autobús – la contesté apurada
Mi
pobre hermana se vistió como pudo mientras yo preparaba algo para comer en el
autobús. Solo había un cuenco de carne picada cruda de la noche anterior. Eso
valdría, no teníamos tiempo.
Me
puse el disfraz de chulapa que me había hecho mi abuela y unos tacones negros
que me había regalado Guadalupe. No tenía mantón pero eso valdría. Lo que no
sabía era como iba a correr con esos zapatos.
Apareció
mi hermana vestida con ropa normal y a mi me dio un vuelco el corazón.
- ¡Tati
que es San Isidro, hay que ir disfrazadas!
- Me
olvidé. ¿Me cambio Mia?
- No,
déjalo, despídete de mamá que está acostada y yo meto tu disfraz en una bolsa.
Te cambias en el cole – la dije mientras la empujaba hacia la puerta de la
habitación de mamá.
Metí
todo en la bolsa y cogí el paquete con la carne picada.
- Mamá
dice que vengamos disfrazadas porque quiere ver como nos quedan los disfraces
de la abuela. ¿Qué desayunamos? ¿Hay algo? – Me dijo mi pequeña con una sonrisa
mientras miraba el paquete que llevaba en la mano.
- Es
carne picada de anoche. Sobró un poco pero no hay otra cosa. Corre hay que
coger el autobús peque.
- ¡Carne
cruda! ¡Siii! ¡Nunca me dejas desayunar eso!
- Hoy
es fiesta, es por eso, y no había otra cosa. Pero disimula en el autobús, a la
gente le da asco ver a otros comer carne cruda.
- ¿Por
qué? A mi no me da asco ver a gente comer manzana y odio las manzanas. La gente
es rara Mia, muy rara – dijo mientras salía por la puerta.
Yo
no pude evitar reírme de la seriedad con la que había dicho esas palabras. El
mundo de mi hermana era muy simple a veces, pero solía tener razón.
Corrimos
al autobús y luego recorrimos el parque para llegar a nuestro colegio.
Todo
fue como siempre. Yo sola en mi mundo, sin contestar a nadie en clase,
aguantando los insultos y puyas de mi compañero. Sola en aquel patio tan enorme
donde nadie me hablaba y yo me preguntaba si alguna vez existiría para alguien.
Hacía
un tiempo que me había propuesto no hablar con nadie de mi colegio. Todos los
demás niños me parecían simples hormiguitas preocupadas por cosas que no tenían
importancia en la vida que yo vivía.
Se
“ajuntaban”, se “desajuntaban”… todo era tan simple y absurdo en sus vidas que
yo apenas lo entendía.
- ¿Otra
vez sola? - Era
Sara, una repetidora que se empeñaba en sacarme alguna palabra de vez en
cuando.
Se
sentó a mi lado mirando al frente, como si así yo fuera a sentirme más cómoda.
Quizás porque ella se sentía más cómoda si no miraba a esa niña extraña. Nunca
supe por qué realizaba ese ritual tan extraño casi una vez a la semana.
-Leonardo
está enfadado con Patricia. Por lo visto la regaló un colgante porque quería
ser su novio, pero Patricia descubrió que lo había robado en una tienda y se lo
tiró a la cara delante de todo el mundo.-
“Delante
de todo el mundo. ¡Pues si que estaba despistada yo porque no lo había visto!” -
pensé.
-Laura
y Ana no paran de criticar a Patricia por haber tirado el collar. Cualquiera se
lo habría cogido ¿No crees?, Leo es el más guapo de clase después de Dani o eso salió en el
listado que hicimos. ¿Tu votaste?-
"¿Listado?" - pensé - "más bien lista de exclusión"
No, claro que no había votado. Y desde luego no
habría escogido al creído de Leo como el chico más guapo. Quizás Dani sería el
más guapo pero tenía la misma cantidad de imbecilidad en el cuerpo que podía
tener de belleza.
- En
la lista de chicas tu saliste la antepenúltima. Por lo visto Carolina y Carmen
son más feas que tú, según los chicos. Pero es una lista absurda. ¿Sabes quién
te puso la primera? Dani
Giré
la cara para mirarla sin poder dar crédito a sus palabras, pero en ese mismo
instante decidí no salir de mi silencio. Dani. Increíble. Ese chico me odiaba.
Desde que le habían sentado a mi lado se pasaba el día insultándome y
provocándome para que le dirigiera la palabra y ahora resultaba que me
consideraba guapa. Ojalá no existiera para él. Habría preferido ser la última
de la lista por mayoría.
-Veo
que lo de Dani ha hecho que te medio sorprendas. Es increíble, hasta tienes
sentimientos. Los demás han puesto una cara peor que la tuya, de hecho Patricia
se ha cabreado porque Dani te pusiera a ti en su lista, antes que a ella o a
Virginia. Creo que Leo le ha dicho algo así como ¿En serio? ¿A la muda gilipollas?
Y Dani le ha dicho, "juzgamos solo belleza, no simpatía y ella es la más guapa de nuestra clase" - Sara dijo eso imitando la voz de Dani y a mi se me escapó una sonrisa.
Era
la primera vez que Dani y yo estábamos de acuerdo en algo. En fin, eso no
solucionaría mi vida. Sara siguió con su charla, para mí era como el
periódico del colegio. Su absurdo ritual a veces me sacaba de mis casillas.
Escuchar cada día las historias del hormiguero que era el colegio para mi, era
absurdo. Otros días, sin embargo, me hacían gracia las aventuras y desventuras
de las laboriosas hormiguitas.
Sólo
hablé una vez en toda mi vida con Sara, pero no fue ese día.
Salimos
del colegio y vi a Tati vestida con ropa normal de nuevo.
- ¡¿Tati
no te enteras o no quieres enterarte?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿No ves que me vas a
meter en un lío?! ¡A veces eres increíblemente idiota! ¡O eso o mala persona,
no lo se!
- ¡Pero
qué he hecho mal! – me dijo la pobre llorando
- Nada,
olvídalo – odiaba cuando me pasaba tanto con Tati. ¿Cómo había podido decirla
algo así? – Mamá dijo que nos quería ver disfrazadas. Tienes que cambiarte.
- No
me da tiempo Mia. Lo siento. La profe dijo que nos quitáramos el disfraz y hay
que hacer caso a las profes ¿no?
Su
vocecita y sus sollozos me partían el corazón. La abracé fuerte y la dí un beso
en la frente.
- Si,
pero también a las madres que se cabrean demasiado – la dije guiñándola un ojo
y abrazándola – Perdóname ¿Vale?
- Si.
Te perdono. Pero yo no puedo hacer caso a todos los que me mandáis. Si no se
enfada uno se enfada otro y si no, te enfadas tú y eso es lo peor del mundo.
- ¿Me
tienes miedo Tati? ¿Crees que yo te haría daño o algo así?
- ¡No! Tu nunca. Pero a veces me gritas mucho y me
asustas. A veces creo que no me quieres mucho y yo a ti te quiero más que a
nadie en el mundo entero y hasta la luna.
- Tati.
Escúchame. Nadie en este universo te quiere tanto como yo. Más que a mi vida.
Aunque me enfade y te grite a veces, incluso cuando lo hago, te quiero más que
a mi vida. No lo olvides nunca por favor. Viene el autobús, ¡Vamos! ¡Cámbiate
dentro!
Entramos
por la puerta de casa con cuidado por si nuestra madre seguía durmiendo y oímos
sus pasos desde el salón.
- ¡A
ver mis niñas preciosas! – nos dijo mientras nos apartaba un poco para vernos
mejor – Estáis increíbles. Mi madre siempre ha sido una gran costurera ¿Verdad?
Voy a ver si os hago una foto ¡Venga! ¡Colocaos en algún sitio del salón!
Tati
salió corriendo pero yo sabía que había algo mal en mi madre. Estaba demasiado
contenta, eso no era bueno.
- ¡Mia
quieres venir de una puta vez y ponerte con tu hermana! - me gritó
Me
acercaba lentamente a Tati mirando fijamente a mi madre. Algo no funcionaba en
todo esto y no acertaba a averiguar qué.
- ¿Qué
llevas en la bolsa Mia?
- Es
la ropa de Tatiana. Se ha equivocado y se ha quitado el disfraz, se lo hemos
puesto en el autobús para que la vieras – dije con apenas un susurro de voz.
- Vale
¿Y a viene esa voz y ese miedo? ¿Qué pasa? ¿Muerdo Mia? – La sonrisa de mi
madre mientras me hablaba me dejó helada y frené en seco.
- No
- Pues
suelta la bolsa y ponte en la foto.
Dejé la bolsa en la entrada y me coloqué al lado de mi hermana. Mi madre no paró de hacer fotografías obligándonos a ponernos en distintos sitios, con poses que se la ocurrían a ella y luego nos dijo que nos fuéramos a merendar.
Había
magdalenas y colacao en la mesa de la salita. Había comprado un video de Disney
para que lo viéramos todas juntas. Pensé que quizás me había equivocado. A
veces no sabía si soñaba las cosas o eran reales.
- ¡¿Dónde
están tus zapatos Tati?! ¡¿En la bolsa solo hay uno?! – gritó nuestra madre desde la entrada.
Tati
y yo nos miramos. Esta vez no eran imaginaciones mías. Tati escupió la
magdalena y se abrazó fuerte a mi. Lo habríamos perdido en el autobús. No
revisé la bolsa de Tati. Era culpa mía. Me adelanté hacia la entrada para explicárselo a mi madre, pero antes de que pudiera decir nada, Tati la gritó desde el salón. Mi niña valiente… jamás olvidaré aquél día.
- Mami,
se me debió caer en el autobús. Creo que lo he perdido - era obvio que el miedo la salía por todos los poros de su piel.
La
cara de mi madre nos dejó inmóviles. Quizás ambas pensamos que no se enfadaría
con Tati porque jamás la tocaba a ella. Quizás Tati pensó que así me salvaría.
Quizás éramos todavía más ingenuas de lo que pensábamos…
- ¡Yo
te enseñaré a no volver a perder un puto zapato! - Desapareció por la otra
puerta del salón y se dirigió a la entrada.
- ¡Escóndete!
– Le grité a mi hermana mientras corría a la entrada a parar a mi madre. Me la
crucé por el camino con uno de sus zapatos de tacón de aguja en la mano - ¡He
sido yo! ¡Es culpa mía! ¡Ni te acerques a ella! – Gritaba desesperada mientras intentaba
agarrarla de un brazo - ¡Tati escóndete por dios! – Mi hermana no se movía.
Estaba petrificada.
Mi
madre se giró hacia mi y me pegó patadas y golpes con el zapato que tenía en la
mano hasta que la solté y caí contra un mueble del salón. Entonces salió
corriendo hacia mi hermana que todavía permanecía de pie en la otra puerta.
La
golpeó tan fuerte en la cabeza con el tacón que la sangre empezó a caerle por
la cara. Pensé que la iba a matar. Fui a la cocina y cogí el palo de madera de
la escoba. Corrí con él en la mano y con todo el impulso que pude golpeé a mi
madre en la cabeza, que cayó al suelo mareada.
Entonces
seguí golpeándola en la cabeza y la cara. El palo se partía y algunas astillas
se la clavaban en la cabeza, en la cara, en el hombro… El palo cada vez se
hacía más pequeño y yo me arrodillé para seguir golpeándola con lo que tenía en
las manos.
- Para
por favor, para. – Era Tati agarrándome por la espalda – Para, la vas a matar.
Te prometo que te abrazo si dejas de llorar y pegar a mamá. Te lo prometo.
Yo
ni siquiera me había dado cuenta de lo mucho que lloraba. Solo veía la cara de
mi hermanita llena de sangre. Nos sentamos en el suelo abrazadas a llorar justo
al lado del cuerpo de nuestra madre.
- ¿Esta
muerta? – dijo Tati susurrando.
- No
lo se. Pero yo no me he muerto y me ha hecho cosas peores – la dije intentando
calmar mi propio llanto.
- Mia,
¿la empujamos a ver si está muerta?
- Vale
pero nos apartamos primero para que no nos coja si está viva.
Ambas
nos arrastramos un poco por el suelo para apartarnos y yo estiré una pierna
para darla una patada con el pie. Nada. Ninguna respuesta.
- ¿Que
hacemos?. ¿Hay que llamar a los vecinos?. ¿Nos meterán en la cárcel de niños? –
preguntó Tati desconsolada
- Tati,
no lo se. Vamos a lavarte la cara y te echo algo en la herida y lo pensamos.
- ¿Me
vas a echar agua oxigenada?
- Claro
¿no?, la abuela siempre nos echa eso. No te quejes ahora por favor, que estoy
muy asustada.
- Vale.
Te lo prometo, aunque me duela no lloro.
Se
levantó y me cogió de la mano para ir al baño. Nuestra madre seguía tirada en
el suelo completamente inmóvil.
La
lavé la cabeza con una esponja pero no la eché agua oxigenada porque pensé que
lo mismo la podía llegar al cerebro o algo así. Todo nuestro mundo era una duda
enorme en ese momento. No sabíamos cómo actuar, a quién llamar. Yo sabía que no
existía la cárcel para niños pero no sabía qué harían con nosotras.
Levanté
la vista y vi el reflejo en el espejo. Era mi madre. De pie. En la puerta del
baño. Me quedé sin respiración. No teníamos escapatoria allí dentro. No sabía como
protegernos allí. Había sido estúpida al no haber controlado las puertas de
acceso como siempre. Todo lo estaba haciendo mal ese día.
- No
vas a tocarla. Te mataré antes – la dije con un cepillo en la mano mientras
intentaba poner a mi hermana detrás de mi cuerpo.
- Todavía
no eres capaz de hacerlo pequeña bruja. Ya llegará tu día. Déjame ver la herida
de tu hermana.
- ¡No!
- ¡Soy
enfermera imbécil! ¡Déjame verla!
- ¡No,
apártate! ¡Tú crees que no soy capaz, pero te mataré si la haces algo!. ¡Te lo
prometo por mi vida! ¡Déjanos salir del baño y luego dejo que la mires!
Mi
madre se apartó de la entrada y nos dejó salir lentamente por el pasillo. Mi
hermana ni siquiera lloraba. No decía ni una palabra. - Atrás pequeña, a la
cocina - la dije yo mientras andaba marcha atrás por el pasillo mirando a mi
madre con el cepillo en la mano.
La
cocina tenía dos salidas, por el pasillo y por la entrada que también daba al
salón, tendríamos escapatoria. Solo tenía que controlar las puertas.
Entramos
en la cocina y tiré el cepillo para coger un cuchillo.
- ¡Ahora!
¡Ven y mírala!
Mi
madre entró por la puerta de la cocina se acercó a mi hermana y la pidió que
metiera la cabeza debajo del grifo del fregadero. Por lo visto la herida no era
tan profunda pero había que llevarla a un hospital por si acaso, había decidido
mi madre.
- Tu
no puedes ir así, estás sangrando por la cara. Los médicos preguntarán mamá.
- No
voy a ir yo. Vas a llamar a la abuela y le dirás que te peleaste con Tatiana y
la lanzaste uno de mis zapatos sin querer darla pero la diste en la cabeza. Le
dirás que yo no estoy en casa y que tienen que venir corriendo a por la niña.
- ¡No
ha sido ella! – gritó Tatiana
- ¡Calla
y haced lo que os digo!. Es por tu bien pequeña, mamá se ha equivocado pero Mia
lo ha hecho peor. Si decimos la verdad se llevarán a Mia por haberme dejado así
la cara y amenazarme con un cuchillo. ¿Tú quieres que te quiten a Mia?
- No
– Tati empezó a llorar y me abrazó con todas sus fuerzas - ¿Decimos eso Mia?
¿Lo decimos verdad?
- ¿Y
tu cara? ¿Como le explicarás eso a la gente cuando te vea?
- Ya
lo haré. Llama a tu abuela.
Yo
sabía que nos estaba engañando. Ella no hacía nada por nosotras y si de verdad
existía la posibilidad de que me separaran de ellas, mi madre la aprovecharía.
Nos mentía, seguro, pero no sabía en qué lío nos estábamos metiendo o de qué
lío la estábamos sacando a ella. Lo cierto es que la cara de mi madre estaba
hecha un cristo. Esta vez yo había sido la peor de las dos.
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