Mi vida está llena de recuerdos bellos a los que puedo
aferrarme. Veréis, en ocasiones, las cosas son difíciles y las personas son crueles.
Algunas despiadadas. Pero nadie aguanta un infierno toda su vida, a veces,
incluso esas personas te aportan momentos bellos que jamás olvidas.
Los que me conocen sabrían hacer un listado de personas
crueles que han pasado por mi vida. Algunas de ellas verdaderamente crueles. Y
sin embargo, incluso de esas personas puedo contaros momentos increíbles.
A mi me ayuda recordar ese tipo de cosas, porque hace que
vea que incluso las personas a las que odio, incluso en los peores momento de
mi vida, hubo cosas buenas.
La gente negativa suele tender a generalizar sobre las
catástrofes de su vida. Lo convierten en un todo y acaban sintiendo que su vida ha sido negra, espesa y fría volviéndose ellos tan negros, espesos y
fríos como sus recuerdos.
Eso es horrible. Todos deberíamos hacer un esfuerzo por
recordar cosas buenas, incluso en momentos desastrosos.
Os voy a contar tres recuerdos de mi madre biológica. Todos
buenos y locos (porque de la cabeza no estaba muy bien la señora).
Ella conducía un Renault 6 super antiguo heredado de mi
abuelo. Yo debía tener unos 10 años aproximadamente, quizás 9. Estábamos llegando
a casa, creo que de casa de mis abuelos y el coche no paraba de calarse. Justo
en un cruce de Aluche, bastante concurrido, que en aquella época no estaba
regulado por semáforos y que no tenia rotonda, se caló definitivamente. Nos
quedamos atravesados en el cruce bloqueando el paso a todo el mundo. Los
conductores nos pitaban y ella empezó a cabrearse por la impaciencia de los
demás así que, en un momento en el que estaba completamente harta, la entró la
risa. Tenía una risa hermosa, contagiosa. Salió del coche, nos abrió la puerta
y nos dijo “venga, fuera, nos vamos”. Recuerdo que la pregunté que qué hacíamos
con el coche y me dijo “pues aquí se queda, parece que es lo que quiere no?” y
me guiñó un ojo. Nos cogió a cada una de una mano, cruzo toda la carretera y
siguió andando por la acera, orgullosa, como siempre, con su contoneo de
caderas, que casi parecía una burla al resto de conductores. Todos la gritaban
por la ventanilla y la insultaban y ella hizo caso omiso hasta llegar a casa.
Yo los miraba y ella me dijo, sin mirarme “levanta la cabeza, anda recto e
ignora a los buitres, que se jodan o que muevan el coche ellos”. Es curioso,
pero en aquel momento me sentí orgullosísima de ser hija de una mujer como esa.
Un día de navidad, no recuerdo bien cual, pero yo debía
tener unos 7 u 8 años, mi madre se levantó de un humor increíble. Íbamos a
pedir el aguinaldo a los vecinos y ella decidió que si lo hacíamos tenía que
ser como nadie lo había hecho nunca, que para eso éramos sus hijas. Con papeles
de colores cortados en tiras y un mayot de ballet nos hizo disfraces preciosos
de hawaianas, a nosotras y a nuestras amigas del bloque. Nos preparó una
coreografía y la estuvo practicando con nosotras toda la mañana. Después nos
pintó la cara a todas (dibujaba genial). A mi me hizo dos alas de mariposa
enormes que ocupaban toda la cara. Mi nariz era el cuerpo de la mariposa y mis
ojos formaban parte del dibujo de las alas. Pasamos toda la tarde y parte de la
noche haciendo nuestra coreografía a todos nuestros vecinos para pedir el
aguinaldo. Y todas las niñas del barrio hablaban de lo guay que era nuestra
madre.
El tercero siempre ha sido mi favorito. Conchi tenía que
cambiar los muebles de la casa cada dos por tres porque la saturaban y la
volvían loca, decía. Ese día los habíamos cambiado de sitio todos muchísimas
veces y nada la gustaba. Todo estaba mal, no encajaba en su cabeza. Entonces se
fue de casa y nos dejó solas. Pensábamos que estaba enfadada, que habría ido a
beber, y que cuando volviera nos esperaba un desastre. Pero volvió con un
montón de oleos de distintos colores, cogió sus pinceles y nos dijo “sabéis
cual es el problema?. Los muebles. Son horribles. Vamos a hacerlos bonitos otra
vez y así los pongamos donde los pongamos quedarán genial”. Nos explicó que
teníamos que dibujar en cada mueble lo que nos apeteciera y pintarlos como nos
diera la gana. Estuvimos toda la tarde pintando y bailando. Fue increíble.
Claro que puedo contar mil recuerdos buenos de otras personas,
pero no es eso mucho más fácil?.
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