
Me daba pavor hacer aquel viaje y
perdí el control, no del todo, porque no me dejaron y porque en el fondo quería
intentarlo. Me acordé de repente de alguien y decidí agarrarme a él un poco,
recordar sus cosas buenas, pero fue un error absoluto y le acabé metiendo en
una ecuación en la que no tenía que estar.
Miedo y desconfianza, ese es el
resumen supongo. Discutimos durante más de una hora por mi supuesto error y esa
discusión me abrió los ojos y me hizo agarrarme a la orilla, colocar mis ideas
de nuevo.
Él nunca me entendió. Me dio cariño y sexo, pero no me entendía realmente. A veces creo que sólo una persona tan “cuerda” como yo, podría entenderme.
“No fuimos a Andorra porque tú no
quisiste y nos cabreamos la semana de antes. Yo podría haberte llevado donde tú
quisieras.”
Me dio la risa. Yo siempre me
cabreo antes de un viaje. Me cabreo, o me deprimo, o me desespero, o todo ello
junto y revuelto. Antes me encantaba viajar. No fuimos porque yo no quise… no,
yo si quería pero hubo muchos inconvenientes.
Andorra no era la elección
adecuada, yo he ido muchas veces. Pero él no quería ir a un sitio “cutre y
lleno de pueblerinos bordes y extremistas” como el País Vasco. Mal comienzo si
yo te digo que mi sueño es ir allí. Aún así habría ido, adoro las montañas.
“Llevarme a un sitio” nunca tuvo
sentido para mí. “Ir juntos” habría sido mucho mejor.
Me cabreé. Es cierto. Mucho. Por
mil cosas absurdas que no tenían sentido ni para mí. Pero ya te había avisado
de que eso pasaría. Sé que a veces, avisar, no basta. Pero hay cosas que no
puedo controlar sola todavía, no he aprendido y por eso aviso. Yo nunca he
dicho que estar conmigo fuera fácil el cien por cien del tiempo. Aunque algunas
personas me han demostrado que es más fácil de lo que yo pensaba.
Fui al País Vasco porque alguien
tuvo la entereza suficiente para diferenciar entre mis demonios y yo. Es así de
simple. (Y la gente allí es encantadora, educada, culta, amable y maravillosa.
Y no tiene nada que envidiar su paisaje a Andorra. Todo lo contrario.)
“¿Y qué pasa con tu sueño de
tener otro hijo?”. Pues que me quedaré con las ganas siempre. Yo tengo muchos
sueños, es normal, estuve 8 años en una cárcel soñando con ver el mundo
exterior. Pero soy realista, y sé que muchos de ellos no los cumpliré nunca.
Aún así sueño con ellos. No me da pena no poder cumplirlos y no depende de
nadie que lo yo lo haga o no. Sólo hay que conocerme para saber que eso… jamás
se hará realidad. Otras cosas sí. Pero eso no.
Nunca os conté mi segundo
embarazo. Perdí 11 kilos, estuve ingresada dos veces y en reposo absoluto a
partir del 6 mes de embarazo. Yo no quería tenerlo. La noticia ya me hizo
llorar durante horas sentada en el suelo de un parking. Y él me hizo pasar por un infierno. Dormía sola, no me hablaba, tenía que
cuidar a mi hija, que tenía meses, trabajar, encargarme de la casa y soportar
los dolores físicos que mi enfermedad me producía, sin apenas medicación para
no dañar al feto. Cuando conseguía sentarme en algún sitio no era capaz ni de
comer, por eso perdí tanto peso. Dormía a ratos, no más de 2 horas seguidas.
La primera vez en el hospital fue
por lagunas mentales. Mi cerebro estaba tan agotado que desconectaba solo.
Recuerdo a mi jefe de aquel entonces, sentado conmigo, diciéndome que los niños
tenían un padre, que tenía que responsabilizarse en algún momento.
La segunda vez fue después de
dormir, en invierno, en una terraza, sentada en una silla, sin manta alguna,
porque la casa era suya y de su familia. Recuerdo perfectamente aquel día.
Entré de nuevo en casa y me di una ducha de agua caliente porque estaba congelada.
En la ducha me subió la leche, salía a borbotones y no era capaz de pararlo… y
empezaron los dolores.
Salí de la ducha, desnuda, me
planté en el salón donde estaba él viendo la tele y le dije: “Llévame a un
hospital, algo me pasa”. El me miró y volvió a mirar a la tele. Yo seguí un
rato, ahí parada. Mirándole, incrédula y fui a vestirme, no tenía almohadillas
y no podía parar la salida de leche, así que volví al salón y pedí por favor
que me llevara a un hospital. Pero no me hizo caso, ni siquiera contestó.
Llame a su hermana para
preguntarla. La conté lo que me pasaba y me dijo que no era normal en absoluto
y que tenía que ir al hospital. Se ofreció y le dije que lo hablaría con su
hermano para que me llevara él. Colgué y me llamó al minuto mi cuñado. Dijo: “sabemos
como es, no te va a llevar, por favor, cuenta con nosotros, si él no te
lleva nos llamas y voy a buscarte”. Yo le dije que no pasaba nada, que sí que
me iba a llevar. “¿Seguro?” dijo él. “Como quieras, pero llámanos si nos
necesitas”.
Volví al salón y él seguía sin
hablarme. No iba a llevarme al hospital y los dolores ya eran demasiado fuertes
para conducir yo sola. Así que llamé a mi hermana.
Me ingresaron. Me pincharon para
madurar el pulmón del niño y me pusieron algo para intentar parar las contracciones.
Además tenía una infección de orina por el frío que había cogido la noche
anterior y si no se paraba todo me tenían que hacer cesarea.
El me mandó un mensaje absurdo y
fue a la mañana siguiente a verme. Como estaba la familia disimuló todo lo que
pudo y les contó a todos que me había llevado él al hospital y lo mucho que nos
asustamos cuando en la ducha, sin más, empezó a pasarme eso. Yo no dije nada y
mi hermana tampoco.
No volvió hasta el día que me
dieron el alta, 15 días después. Siempre estaba ocupado haciendo algo super
importante.
Me pasé los días diciéndole a mi hijo “tienes que nacer, tú y yo podemos hacerlo juntitos, si consigues nacer te voy a querer más que
nada en el mundo”, le daba ánimos y me acariciaba la tripa esperando que notara
que no estaba sólo.
Cuando nació sentí que
habíamos ganado. Quién me lo iba a decir. Yo que no quería tenerle, acabé
siendo su máxima defensora.
Nació prematuro, pequeño y
enfermo. Dos años de hospitales, con nebulizadores, adrenalina… hice cosas por
mi hijo que jamás imaginé que podía hacer. Llevé mi resistencia física al límite
hasta que acabé enferma de nuevo en un hospital porque mi cerebro no podía más
y estaba desconectando solo en los momentos menos oportunos.
Mis hijos están sanos y fuertes,
son felices y me siento orgullosa de ello… pero sé que jamás volveré a tener
otro. No porque otras personas sean iguales que mi ex. No tiene que ver con la
persona con la que yo esté en algún momento de vida. Tiene que ver conmigo y mis miedos, mis demonios…
mi recuerdos… mi vuelta al pasado. Me conozco, nadie podría soportarme, ni
siquiera yo. No puedo pasar por otro embarazo.
“¿Crees que ese tío querrá vivir
contigo y pasar tiempo contigo?”. Me dijiste.
Pues no, no creo que quiera vivir conmigo y yo desde luego no quiero vivir con él. No se trata de eso. No se puede empezar la casa por el tejado. Pero si, quiere pasar tiempo conmigo, porque de hecho lo hace. ¿Qué quiero yo?. Aprender cosas nuevas. Dejar atrás cosas viejas y sobre todo, cariño cuando me equivoco y tengo que recolocar mis ideas y “abrir un poco los ojos”. Comprensión ante mi incapacidad para discernir a veces la realidad. Ayuda con mis demonios. Paciencia, en resumidas cuentas.
Pues no, no creo que quiera vivir conmigo y yo desde luego no quiero vivir con él. No se trata de eso. No se puede empezar la casa por el tejado. Pero si, quiere pasar tiempo conmigo, porque de hecho lo hace. ¿Qué quiero yo?. Aprender cosas nuevas. Dejar atrás cosas viejas y sobre todo, cariño cuando me equivoco y tengo que recolocar mis ideas y “abrir un poco los ojos”. Comprensión ante mi incapacidad para discernir a veces la realidad. Ayuda con mis demonios. Paciencia, en resumidas cuentas.
“Yo también soy tío. Sé de qué va
esto. Te equivocas”. Otra gran frase cielo. Tú eres una persona y los demás
somos otras. A lo mejor yo no quiero un “tío” en mi vida. A lo mejor solo
quiero llegar a la luz del final del túnel. A lo mejor, quizás, sólo quiero paz
mental porque sigo siendo incapaz de amar realmente a nadie.
¿Y mi dilema horrible cual es os
preguntaréis?. Esto no es un dilema, es una discusión con alguien.
Mi dilema nada tiene que ver con
esa discusión. Tiene que ver con la importancia de las cosas. Con las
situaciones innecesarias. Con que estoy cansada. Y con que, por primera vez en
la vida, tengo miedo de salir de lo desconocido y ser feliz, mirar al pasado y
decir, ya está, terminó.
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