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domingo, 3 de agosto de 2014

De vuelta al pasado

Estos días tengo un dilema horrible. Me siento llena de inseguridad y dudas. Las mareas me llevan y hasta que no ocurre algo que me espabila no consigo agarrarme a la orilla para que no me arrastren. El caso es que estoy demasiado agotada ya para agarrarme a ningún sitio y me dan ganas de dejarme llevar y hundirme definitivamente en el mar.

Me daba pavor hacer aquel viaje y perdí el control, no del todo, porque no me dejaron y porque en el fondo quería intentarlo. Me acordé de repente de alguien y decidí agarrarme a él un poco, recordar sus cosas buenas, pero fue un error absoluto y le acabé metiendo en una ecuación en la que no tenía que estar.

Miedo y desconfianza, ese es el resumen supongo. Discutimos durante más de una hora por mi supuesto error y esa discusión me abrió los ojos y me hizo agarrarme a la orilla, colocar mis ideas de nuevo.

Él nunca me entendió. Me dio cariño y sexo, pero no me entendía realmente. A veces creo que sólo una persona tan “cuerda” como yo, podría entenderme.

“No fuimos a Andorra porque tú no quisiste y nos cabreamos la semana de antes. Yo podría haberte llevado donde tú quisieras.”

Me dio la risa. Yo siempre me cabreo antes de un viaje. Me cabreo, o me deprimo, o me desespero, o todo ello junto y revuelto. Antes me encantaba viajar. No fuimos porque yo no quise… no, yo si quería pero hubo muchos inconvenientes.

Andorra no era la elección adecuada, yo he ido muchas veces. Pero él no quería ir a un sitio “cutre y lleno de pueblerinos bordes y extremistas” como el País Vasco. Mal comienzo si yo te digo que mi sueño es ir allí. Aún así habría ido, adoro las montañas.

“Llevarme a un sitio” nunca tuvo sentido para mí. “Ir juntos” habría sido mucho mejor.

Me cabreé. Es cierto. Mucho. Por mil cosas absurdas que no tenían sentido ni para mí. Pero ya te había avisado de que eso pasaría. Sé que a veces, avisar, no basta. Pero hay cosas que no puedo controlar sola todavía, no he aprendido y por eso aviso. Yo nunca he dicho que estar conmigo fuera fácil el cien por cien del tiempo. Aunque algunas personas me han demostrado que es más fácil de lo que yo pensaba.

Fui al País Vasco porque alguien tuvo la entereza suficiente para diferenciar entre mis demonios y yo. Es así de simple. (Y la gente allí es encantadora, educada, culta, amable y maravillosa. Y no tiene nada que envidiar su paisaje a Andorra. Todo lo contrario.)

“¿Y qué pasa con tu sueño de tener otro hijo?”. Pues que me quedaré con las ganas siempre. Yo tengo muchos sueños, es normal, estuve 8 años en una cárcel soñando con ver el mundo exterior. Pero soy realista, y sé que muchos de ellos no los cumpliré nunca. Aún así sueño con ellos. No me da pena no poder cumplirlos y no depende de nadie que lo yo lo haga o no. Sólo hay que conocerme para saber que eso… jamás se hará realidad. Otras cosas sí. Pero eso no.

Nunca os conté mi segundo embarazo. Perdí 11 kilos, estuve ingresada dos veces y en reposo absoluto a partir del 6 mes de embarazo. Yo no quería tenerlo. La noticia ya me hizo llorar durante horas sentada en el suelo de un parking. Y él me hizo pasar por un infierno. Dormía sola, no me hablaba, tenía que cuidar a mi hija, que tenía meses, trabajar, encargarme de la casa y soportar los dolores físicos que mi enfermedad me producía, sin apenas medicación para no dañar al feto. Cuando conseguía sentarme en algún sitio no era capaz ni de comer, por eso perdí tanto peso. Dormía a ratos, no más de 2 horas seguidas.

La primera vez en el hospital fue por lagunas mentales. Mi cerebro estaba tan agotado que desconectaba solo. Recuerdo a mi jefe de aquel entonces, sentado conmigo, diciéndome que los niños tenían un padre, que tenía que responsabilizarse en algún momento.

La segunda vez fue después de dormir, en invierno, en una terraza, sentada en una silla, sin manta alguna, porque la casa era suya y de su familia. Recuerdo perfectamente aquel día. Entré de nuevo en casa y me di una ducha de agua caliente porque estaba congelada. En la ducha me subió la leche, salía a borbotones y no era capaz de pararlo… y empezaron los dolores.

Salí de la ducha, desnuda, me planté en el salón donde estaba él viendo la tele y le dije: “Llévame a un hospital, algo me pasa”. El me miró y volvió a mirar a la tele. Yo seguí un rato, ahí parada. Mirándole, incrédula y fui a vestirme, no tenía almohadillas y no podía parar la salida de leche, así que volví al salón y pedí por favor que me llevara a un hospital. Pero no me hizo caso, ni siquiera contestó.

Llame a su hermana para preguntarla. La conté lo que me pasaba y me dijo que no era normal en absoluto y que tenía que ir al hospital. Se ofreció y le dije que lo hablaría con su hermano para que me llevara él. Colgué y me llamó al minuto mi cuñado. Dijo: “sabemos como es, no te va a llevar, por favor, cuenta con nosotros, si él no te lleva nos llamas y voy a buscarte”. Yo le dije que no pasaba nada, que sí que me iba a llevar. “¿Seguro?” dijo él. “Como quieras, pero llámanos si nos necesitas”.

Volví al salón y él seguía sin hablarme. No iba a llevarme al hospital y los dolores ya eran demasiado fuertes para conducir yo sola. Así que llamé a mi hermana.

Me ingresaron. Me pincharon para madurar el pulmón del niño y me pusieron algo para intentar parar las contracciones. Además tenía una infección de orina por el frío que había cogido la noche anterior y si no se paraba todo me tenían que hacer cesarea.

El me mandó un mensaje absurdo y fue a la mañana siguiente a verme. Como estaba la familia disimuló todo lo que pudo y les contó a todos que me había llevado él al hospital y lo mucho que nos asustamos cuando en la ducha, sin más, empezó a pasarme eso. Yo no dije nada y mi hermana tampoco.

No volvió hasta el día que me dieron el alta, 15 días después. Siempre estaba ocupado haciendo algo super importante.

Me pasé los días diciéndole a mi hijo “tienes que nacer, tú y yo podemos hacerlo juntitos, si consigues nacer te voy a querer más que nada en el mundo”, le daba ánimos y me acariciaba la tripa esperando que notara que no estaba sólo.

Cuando nació sentí que habíamos ganado. Quién me lo iba a decir. Yo que no quería tenerle, acabé siendo su máxima defensora.

Nació prematuro, pequeño y enfermo. Dos años de hospitales, con nebulizadores, adrenalina… hice cosas por mi hijo que jamás imaginé que podía hacer. Llevé mi resistencia física al límite hasta que acabé enferma de nuevo en un hospital porque mi cerebro no podía más y estaba desconectando solo en los momentos menos oportunos.

Mis hijos están sanos y fuertes, son felices y me siento orgullosa de ello… pero sé que jamás volveré a tener otro. No porque otras personas sean iguales que mi ex. No tiene que ver con la persona con la que yo esté en algún momento de vida. Tiene que ver conmigo y mis miedos, mis demonios… mi recuerdos… mi vuelta al pasado. Me conozco, nadie podría soportarme, ni siquiera yo. No puedo pasar por otro embarazo.

“¿Crees que ese tío querrá vivir contigo y pasar tiempo contigo?”. Me dijiste.

Pues no, no creo que quiera vivir conmigo y yo desde luego no quiero vivir con él. No se trata de eso. No se puede empezar la casa por el tejado. Pero si, quiere pasar tiempo conmigo, porque de hecho lo hace. ¿Qué quiero yo?. Aprender cosas nuevas. Dejar atrás cosas viejas y sobre todo, cariño cuando me equivoco y tengo que recolocar mis ideas y “abrir un poco los ojos”. Comprensión ante mi incapacidad para discernir a veces la realidad. Ayuda con mis demonios. Paciencia, en resumidas cuentas.

“Yo también soy tío. Sé de qué va esto. Te equivocas”. Otra gran frase cielo. Tú eres una persona y los demás somos otras. A lo mejor yo no quiero un “tío” en mi vida. A lo mejor solo quiero llegar a la luz del final del túnel. A lo mejor, quizás, sólo quiero paz mental porque sigo siendo incapaz de amar realmente a nadie.

¿Y mi dilema horrible cual es os preguntaréis?. Esto no es un dilema, es una discusión con alguien.


Mi dilema nada tiene que ver con esa discusión. Tiene que ver con la importancia de las cosas. Con las situaciones innecesarias. Con que estoy cansada. Y con que, por primera vez en la vida, tengo miedo de salir de lo desconocido y ser feliz, mirar al pasado y decir, ya está, terminó.

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