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miércoles, 5 de diciembre de 2018

Sueños perdidos I: El anillo más increíble del mundo


Hoy hablaba de bodas con una amiga y la he dicho eso que digo siempre. A mi no me gustan las bodas. Yo nunca quise casarme.

A veces hago afirmaciones rotundas que sólo yo entiendo.

Si quería. Hubo un tiempo en mi vida en que si quería. Pero a mi manera. Y cuando llegó el momento ninguno de mis sueños se cumplió. Fue uno de los peores días de mi vida. Tan malo que sentí que había perdido mi sueño y que ya jamás lo podría hacer realidad.

El anillo habría sido clave. Solo hay uno en el mundo que me encaja. Uno que significa tres cosas que me importan. Amor, Amistad y Lealtad. La lealtad es clave, del amor y de la amistad salen mis otras dos máximas: Sinceridad y Confianza. Pero mi anillo fue la típica alianza redonda de oro, que sólo significa y siempre ha significado para mi… esclavitud.

El lugar era imprescindible. Tenía que ser un lugar con una historia. Un lugar especial para mi y para mi pareja. En aquella ocasión habría sido una playa en un pueblo muy chiquitito cercano a Pioz. Podría haber sido cualquier otro lugar, pero tenía que ser especial, tenía que tener un significado. Mi lugar al final fue un ayuntamiento.

Las palabras, tan importantes para mi. Teníamos que decirlas nosotros. No un cura, no un juez de paz, no un concejal. No tenían que ser sacadas de un libro. No podían ser las mismas palabras que se decían siempre en todas las bodas. Y no las podía pronunciar nadie ajeno a nosotros. Tenían que ser palabras que significaran algo para los dos. Pero no fue así. Ni siquiera recuerdo lo que dijo la concejala de turno en mi boda. Eran artículos de la ley.

Los invitados no iban a existir. Los invitados éramos él y yo. Nada más. Porque ninguno tenía la necesidad de jurar ante una biblia delante de todo el mundo. No había que prometerle nada a nadie, excepto a nosotros mismos. Nuestros invitados fueron los padres, hermanos, cuñados y sobrinos… y porque yo paré la lista.

En fin. Lo se. No es una boda. En realidad nadie te casa. Nadie lo atestigua. Nadie lo comparte y no hay alianzas… Lo se. Después de esto todo el mundo diría, pues no, es cierto, no te gustan las bodas. Pero a mi me habría encantado. Fue un sueño que tarde mucho en tener.

Un día, con 16 años vi el anillo en una tienda de antigüedades de Irlanda y me contaron la historia. Una historia que compartía todo un país. La amistad agarraba al amor y encima, cubriendo a ambos se hallaba la lealtad. Se puede regalar algo más bello?. Yo creo que no.

Con ese anillo empezó mi imaginación. La de una niña, en un país extranjero, a quien nadie quería. Me decía: Un día, alguien te regalara su amor, su amistad y su lealtad y lo representará con ese anillo.

Fue el día de mi boda cuando vi que mi sueño se había roto. Que jamás se haría realidad. Según se iba acercando el día la frustración y el odio me invadían. Hasta que llegó el momento y todo se volvió negro.


Mantuve la esperanza de que en algún momento sería sorprendida con alguna de las cosas que habría querido en mi boda. Pero no fue así. Todo transcurrió como debía. Sin cambios, sin sorpresas. Y mi sueño se perdió.

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